Desde hace unas semanas, cuando leí Mi abandono, que tengo un libro sobre el escritorio.
Me acuerdo haber estado leyendo la novela de Peter Rock e interrumpir la lectura para buscarlo en la biblioteca. Es un libro de editorial Siruela que reúne todas las cartas que Gustave Flaubert, el autor de Madame Bovary, le escribió a su amante Louise Colet.
Hay un párrafo, en el medio de una carta que escribió en la medianoche del 8 de septiembre de 1846, que me fascina:
¡Qué buena idea tuve al quedarme tus zapatillas! ¡Si supieras cómo las miro! Las manchas de sangre amarillean y se debilitan. ¿Es culpa de ellas? Nosotros haremos igual. Un año, dos años, seis… ¿qué importa? Todo lo que se mide pasa, todo lo que se cuenta tiene un fin.
No hay nada en esa carta y en las posteriores que explique el episodio de las zapatillas. Ni por qué Flaubert se las quedó. Ni menos que menos el por qué de esas manchas de sangre. Quizás si la sobrina de Flaubert no hubiera quemado las cartas que le envió Louise Colet podríamos saber algo más. Pero no. Solo tenemos un lado de la historia.
Es una imagen que vale tanto más por lo que sugiere que por lo que dice realmente. Incluso cuando no se tenga del todo claro qué es lo que sugiere.
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Releo esto que escribí y pienso si se entenderá por qué me había levantado de la silla a buscar ese libro.
Leí esa cartas hace años y todavía no deja de sorprenderme cómo alguien puede, en un solo párrafo, hacer que el amor se convierta en devoción y la devoción en algo perturbador.
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El género epistolar y el de los diarios se parecen. Es la visión del mundo contada desde una única perspectiva.
Ambos géneros tienen, además, la fuerza del testimonio: la de volver cierto aquello que se cuenta. O mejor dicho, creemos que quien lo escribe cree en ese mundo.
Ya sé... ¿pero entonces Mi abandono es el diario de Caroline? Por momentos pareciera que sí, por momentos que no. Y esa es un poco la gracia del libro. No saber nunca exactamente qué nos están contando.
Quizás sea un diario que Caroline está escribiendo en su cabeza: Se pueden recoger cosas o agruparlas en tu mente y una forma de hacerlo es escribiéndolas (página 22).
Está lleno de pistas por todos lados pero que vemos con el rabillo del ojo. En el último mail quizás retome esto también.
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Les propongo algo.
Soy fan de entregarse a la lectura de la forma más ingenua, es decir, dejarse llevar allá donde el texto quiera llevarnos. Pero así y todo me parece que hay cosas que se pueden hacer sin que se rompa el “encanto”. Como por ejemplo subrayar esas frases en donde el autor o la autora logró meter un montón de información sin que nos diéramos cuenta.
Pongo un ejemplo:
En la página 19 (no califica como spoiler) dice: Hay que estar atentos a que no hierva el agua porque Padre le quitó el silbato al pico.
Ese detalle de la pava mientras preparan el desayuno refuerza la idea de estar escondiéndose, sin tener que decírnoslo.
Si tienen ganas, marquen en los libros este tipo de cosas.
Y ya que estamos: en el próximo mail voy a hablar de una escena en particular que está en el capítulo dos, así que si llegan el próximo domingo lean por lo menos hasta la página 66.
Igual si no llegan no pasa nada. Avisaré para que se salteen esa parte del mail.
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Estuve viendo que varios comentaron en las redes sociales que ya terminaron el libro. ¿Releyeron los epígrafes? Hay una sorpresa ahí. Me lo reservo para el último mail.
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Al igual que el mes pasado, tienen la oportunidad de dejar sus preguntas para el autor de Mi abandono.
Pueden hacer todas las preguntas que quieran, haciendo clic en el botón que les dejo acá abajo.
Entre todas las preguntas que envíen vamos a seleccionar tres. Las respuestas las compartiré en el último mail del mes.