Este es el último mail sobre Odile (recuerden que el domingo que viene les mandaré el ejercicio oulipiano). En el podcast había dicho que iba a hablar de matemáticas en alguno de los mails, así que hoy debería hablar sobre el mundo matemático de Queneau… pero.
Quiero hablar sobre el Cuarteto Cedrón y Raúl González Tuñón.
Hay algo en Odile que me hizo acordar al Tata Cedrón. Puede que haya sido ese mundo de malandras que retrata Queneau, en ese otro costado de París -además de las reuniones bohemias de Anglarès y los surrealistas- que se muestra en la novela. Un mundo pintoresco y entrañable que me hizo pensar en la “Milonga de la ganzúa”, una canción que está en el CD Todo Raúl González Tuñón. Un álbum que tiene la particularidad de intercalar audios, tomados de un reportaje que le hizo el Tata Cedrón a Raúl González Tuñón por la década del setenta, donde va contando anécdotas e historias (sí, digo CD porque aunque lo estoy escuchando en Spotify ahora mismo, mientras escribo este mail, fui a buscarlo para tener la cajita al lado mío, como una especie de amuleto). Si tienen ganas de escuchar esa canción, mientras leen el mail, pueden hacerlo acá en Spotify o acá en Youtube.
Decía que me hizo acordar al Tata Cedrón, pero quizás no sea tanto por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta. La sensación de estar escuchando una postal. La imagen de un mundo que, aunque sea ajeno, durante esos minutos uno pareciera formar parte. Y también la sensación de que ese mundo estaba ahí desde antes y que es esa voz la que al nombrarlo lo narra y nos permite verlo.
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Puede que también sea porque en mi cabeza -me acabo de dar cuenta- no sé por qué imaginé toda la novela de Queneau como si estuviera en sepia. Que es el color de la nostalgia. Que es el color de la voz del Tata Cedrón.
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Sé que es difícil transmitir lo que uno siente con la música y que quizás ahora ustedes leen esto en un momento en el que no tengan ganas de escuchar un tango y en cambio acá es de noche y en este preciso momento la voz del Tata Cedrón, que siguió sonando mientras escribía esto, dice:
Te quiero con toda la ternura de la lluvia,
te quiero con toda la furia de la lluvia,
te quiero con todos los tambores de la lluvia,
te quiero con todos los violines de la lluvia.
Y pienso que son palabras que jamás hubiera dicho el protagonista de Odile, pero que qué lindo si hubiera sabido decirlas, en esta novela que de una manera tan rebuscada también es una novela de amor.
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En la novela se plantea que las matemáticas son un mundo que existe, no que se construye, sino que está ahí, que es un mundo real y que los cálculos son una forma de explorarlo. Quizás, de alguna forma, la literatura sea también un poco así.