Antes de sentarme a escribir cada mail armo un esquema, un punteo de las cosas que quiero decir. No puedo ponerme a escribir hasta no tenerlo armado, más allá que después haya cosas que termine dejando afuera.
Fue algo que hice desde el primer mail que envié y ahora se convirtió en una especie de ritual: pongo siempre la misma música, escribo el punteo en un bloc de notas, el primer borrador del mail en otro.
No lo hago por superstición, sino más bien como una forma de entrar a un lugar conocido, donde me siento cómodo. Una forma de empezar a hacer algo sintiendo que ya estaba ahí desde hace rato.
Ahora estoy mirando las tres palabras que anoté en el primer punto, pensando cómo hago para desenrollar esta síntesis que define lo que sentí al leer Los sorrentinos.
memoria - complicidad - risa
Se me ocurre que también podría ser una forma para empezar las lecturas en el club. Compartir tres palabras con ustedes para que las anoten en alguna página y que queden ahí. Ya veremos después si resuenan o no al terminar el libro.
Volveré sobre estas palabras más adelante.
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Suelo decir que hay que prestar atención a los epígrafes de los libros, porque ahí muchas veces hay claves de lectura.
Para los que no tienen Los sorrentinos a mano el epígrafe es este:
Esas frases son nuestro latín.
Natalia Ginzburg, Léxico familiar
Al final del mail voy a dejar linkeadas varias entrevistas a la autora. Ahí cuenta que la idea de escribir esta novela le vino después de leer Léxico familiar en un viaje en tren. Quedó enamorada de esa forma de contar de Natalia Ginzburg a través de las frases que se decían en la familia y que son a la vez una forma de recuperar ese mundo.
Algo que Virginia Higa logró reproducir tan bien en su novela.
Como estoy escribiendo este mail con el libro de Natalia Ginzburg a un costado, voy a aprovechar para extender un poco el epígrafe.
Esto que sigue se aplica tanto a la familia de Ginzburg como a Los sorrentinos, como a cualquiera de nuestras propias historias:
Somos cinco hermanos. Vivimos en distintas ciudades y algunos en el extranjero, pero no solemos escribirnos. Cuando nos vemos, podemos estar indiferentes o distraídos los unos de los otros, pero basta que uno de nosotros diga una palabra, una frase, una de aquellas antiguas frases que hemos oído y repetido infinidad de veces en nuestra infancia [...] para volver a recuperar de pronto nuestra antigua relación y nuestra infancia y juventud, unidas indisolublemente a aquellas frases, a aquellas palabras. Una de aquellas frases o palabras nos haría reconocernos los unos a los otros en la oscuridad de una gruta o entre millones de personas. Esas frases son nuestro latín, el vocabulario de nuestros días pasados.
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Los libros que leemos se vuelven parte de nuestra memoria. Por eso leer junto a otras personas es una forma de compartir un pasado en común que no tenemos.
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La forma en que está escrita Los sorrentinos hace que nos sintamos cómplices de todo lo que se cuenta. Quizás porque el léxico que Chiche -el protagonista de la novela- va desplegando, se termina de completar siempre en la cabeza de quien lee y eso hace que de una forma involuntaria formemos parte de esta maravillosa familia.
Se habla continuamente de comida, pero más que generar hambre lo que genera es el deseo de compartir la mesa con los protagonistas.
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Me reí mucho con la novela. Algo que estoy seguro les sucederá o habrá sucedido a ustedes también. Es una risa particular.
Me pasó, por ejemplo, largar una carcajada y que ante la mirada divertida e interrogante de mi pareja no poder explicar de qué me reía. No hay un chiste que contar. Creo que más bien tiene que ver con lo que venía diciendo antes. Nos sentimos cómplices, compartimos una memoria, y entonces una frase nos genera más cosas porque viene cargada de muchos sentimientos.
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Empecé hablando de los rituales porque la novela está repleta de ellos. Formas de elevar una tarea cotidiana a un status que nos excede y en cuyo cumplimiento nos jugamos nuestro destino (como por ejemplo cortar correctamente un sorrentino).