A la obra de cada autor o autora hay que agregar siempre una ficción más, una que está continuamente escribiéndose y que, paradójicamente, ellos nunca conocerán. Una ficción que pertenece solo a quienes los leemos: la propia idea del escritor o la escritora que vive en nuestra cabeza. Aún cuando se haya tenido la oportunidad de conocerlos en persona, en algún lugar entre el lóbulo frontal y el cerebelo tenemos todas esas entidades -creadas con la electricidad de nuestro cerebro y los libros que leímos- conviviendo con nosotros.
El mail de hoy será para darle un poco más de vida a ese pequeño Cheever que llevamos dentro.
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En 1998 la editorial El Ateneo publicó una serie de libros llamada Confesiones de Escritores, en la que compilaba distintos reportajes que habían sido publicados en la revista The Paris Review. En el tomo dedicado a la “Nueva novela norteamericana”, entre Bellow, Updike, Kerouac, Ford y otros autores, está la entrevista que Annette Grant le hizo a Cheever en 1969.
Voy a compartir algunos fragmentos, pero omitiendo las preguntas. En su lugar les voy a inventar un título a las respuestas que fue dando Cheever, para que sea más ágil la lectura.
La mentira en la ficción
Contar mentiras es una suerte de prestidigitación que nos permite expresar nuestros sentimientos más profundos respecto a la vida.
La realidad
Lo que siempre pretendí de la verosimilitud es la probabilidad, porque eso se parece más a mi manera de vivir. Esta mesa parece real, la frutera perteneció a mi abuela, pero una loca podría entrar por esa puerta en cualquier momento.
Identidad propia
La leyenda de que los personajes se les van de las manos a sus autores -toman drogas, cambian de sexo y llegan a presidentes- implica que el escritor es un imbécil que no conoce ni domina su oficio.
El ego
Los escritores tienden a ser intensamente egocéntricos. Los buenos escritores suelen ser excelentes en un centenar de cosas, pero la escritura promete una latitud más grande para el ego. Mi querido amigo Evtushenko tiene, doy fe, un ego que hace estallar los cristales a seis metros de distancia; pero conozco a un banquero estafador capaz de superar esa marca.
Hollywood
Me atraen mucho más los árboles… el nacimiento de los árboles y si estoy en un lugar donde todos los árboles son trasplantados y no tienen historia, me resulta desconcertante.
Fui a Hollywood para ganar dinero. Es muy simple. La gente es amistosa y la comida es buena pero nunca he sido feliz allí, tal vez porque solo iba en busca de un cheque.
[…] Para empezar, no me gustan las autopistas. Además, el agua de las piletas de natación es demasiado caliente… 35ºC. Y la última vez que estuve, a fines de enero, en las tiendas vendían abrigos para perros… ¡Dios mío! Una noche fui a cenar y una mujer perdió el equilibro y cayó al suelo en la otra punta del salón. El marido le gritó: “Nunca me haces caso cuando te digo que traigas las muletas”. ¡Es una frase inmejorable!
La crítica literaria
Todo el aparato crítico es un emprendimiento subsidiario, como extraer sustancias químicas útiles del humo. ¿Le hablé de la reseña de Bullet Park que apareció en Ramparts? Decía que había perdido grandeza al irme de St. Bolthops. Si me hubiera quedado en St. Bolthops como Faulkner se quedó en Oxford, probablemente habría llegado a ser tan grande como Faulkner. Pero cometí el error de abandonar ese lugar que, por supuesto, jamás existió. Fue tan extraño que me aconsejaran volver a un lugar puramente ficticio.
Lectores
Toda clase de gente agradable e inteligente lee mis libros y escribe cartas reflexivas acerca de ellos. No sé quiénes son, pero son maravillosos y aparentemente viven con absoluta independencia de los prejuicios de la publicidad, el periodismo y el caprichoso mundo académico.
[…] La habitación donde trabajo tiene una ventana que da al bosque y me gusta pensar que estos lectores diligentes, queribles y misteriosos están allí.
Literatura autobiográfica
La autobiografía y las cartas pueden ser más interesantes que la ficción pero, no obstante, yo me quedo con la novela. La novela es un medio de comunicación preciso del que toda clase de gente obtiene respuestas imposibles de obtener en las cartas o en los diarios íntimos.
Cheever niño
Me gustaba contar cuentos. Fui a una escuela muy permisiva llamada Thayerland. Me encantaba contar cuentos, y si todos hacían los deberes de aritmética -era una escuela muy pequeña, probablemente no tenía más de dieciocho o diecinueve alumnos- el maestro prometía que yo contaría un cuento. Los contaba por capítulos. Era una estrategia muy astuta de mi parte… porque sabía que si no concluía la historia al final de la clase, que duraba una hora, todos pedirían escuchar el final en la próxima clase.
Sobre la trama
No trabajo con tramas. Trabajo por intuición, aprensión, sueños, conceptos. Los personajes y los hechos me vienen simultáneamente. La trama implica narrativa y un montón de excremento. Es el intento calculado de captar el interés del lector a expensas de la convicción moral. Por supuesto, nadie quiere ser aburrido… siempre se necesita un elemento de suspenso. Pero la buena narrativa es una estructura rudimentaria, más parecida a un riñón.
La poesía
Me parece que la disciplina es muy diferente… es otro lenguaje, otro continente que el de la narrativa. En algunos casos, los cuentos requieren mucha más disciplina que gran parte de la poesía que conocemos. Pero son disciplinas tan diferentes como disparar una escopeta calibre doce y nadar.
Cholulo
El Saturday Evening Post me pidió que le hiciera una entrevista a Sofía Loren. La hice. Pude besarla. Tuve otras ofertas, pero ninguna tan buena.
Experimentación
La ficción es experimentación; si deja de serlo, deja de ser ficción. Uno no escribe una oración si no tiene la sensación de que nunca fue escrita de esa manera, de que incluso la sustancia misma de la oración jamás fue sentida. Toda oración es una innovación.
Posteridad
Oh, no preveo que mis libros vayan a ser leídos. No es eso lo que me preocupa. Mañana podrían olvidarme; no me sorprendería en lo más mínimo.
Tristeza
Todo el mundo dice lo mismo de mis cuentos: “Oh, son tan tristes”. Mi agente, Cándida Donadío, llamó para darme su opinión sobre un cuento nuevo y dijo: “Oh, qué bella historia, es tan triste”. Y yo dije: “Está bien, entonces soy un hombre triste”.
Sobre los editores
Mi definición del buen editor es: un hombre encantador que me envía cheques abultados, elogia mi trabajo, mi belleza física y mis proezas sexuales, y tiene una influencia avasallante sobre la editorial y el banco.
Memoria
Cocteau dijo que la escritura es una virtud incomprendida de la memoria. Estoy de acuerdo. Raymond Chandler definió a la escritura como una línea directa al subconsciente. Los libros que uno ama realmente dan la sensación, cuando uno los abre por primera vez, de haber estado siempre ahí. Es una creación, casi como una cámara en la memoria. Lugares donde uno nunca estuvo, cosas que nunca vio ni oyó, pero la correspondencia es tan perfecta que en cierto modo uno estuvo ahí.
Mitología
La mitología es la manera más fácil de analizar el mundo.
Moralidad
La narrativa está destinada a iluminar, a explotar, a refrescar. No creo que haya ninguna filosofía moral inherente a la narrativa, más allá de la excelencia. La precisión de los sentimientos y la velocidad siempre me parecieron muy importantes. La gente busca moral en la narrativa porque siempre hubo una confusión entre moral y filosofía.
Dificultad
A veces, los cuentos más fáciles para el lector son los más difíciles de escribir.
Relectura
Casi nunca leo mi propia obra. Me parece una forma particularmente ofensiva de narcisismo. Es como pasar grabaciones de la propia conversación. Es como mirar por encima del hombro para ver cuánto corrió uno. Por eso he utilizado con frecuencia la imagen del nadador, el corredor, el saltador. La clave es concluir algo y pasar a lo que sigue. También siento, aunque no con tanta fuerza como antes, que si miro por encima del hombro moriré. Suelo pensar en Satchel Paige y su advertencia: si miras por encima del hombro, puedes ver algo que está por atraparte.
La función de la escritura
Dentro de lo posible, creo que la función de la escritura es engrandecer a las personas. Hacerlas correr riesgos, si es posible otorgarles su divinidad, no hundirlas.
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En el primer mail les había dicho que había un cuento de Fall River en que Cheever hacía lo contrario a lo que venía diciendo que era su estilo. Esto de narrar las historias como si fueran cuadros. Narrar escenas del presente, en las que el pasado es algo que se intuye, que se va dejando entrever, mientras la tensión del destino no deja de tirar hacia adelante.
Ese cuento que les decía que es distinto es "Autobiografía de un viajante".
Creo que lo que sigue no califica como spoiler, pero bueno, si no lo leyeron todavía pueden dejar esta parte del mail para leer más adelante.
Las primeras cinco páginas (casi su totalidad) son el relato en primera persona de toda la vida del narrador. Desde su niñez hasta sus sesenta y tantos años. Contado de una forma muy ágil, muy dinámica. Toda una vida resumida en hitos laborales. Para que en la última media página, puntualmente en la última frase, el narrador haga un gesto, un gesto real, una mano que se apoya en la pared, tan cargado de sentido que es imposible de explicar si no se leen todas las páginas anteriores.
Contar toda una vida para que podamos sentir el peso de una mano sobre la pared.
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Les recuerdo que el libro que vamos a leer en abril es Secretos de Belleza de Jean Cocteau, publicado por Leteo. Acá pueden leer el mail que mandé explicando por qué lo elegí.