La angustia es un elefante en el que te dicen que no pienses. Un elefante instalado en medio de todas nuestras casas, que no se va a ir por un tiempo. Por lo menos no, si seguimos mirándolo fijo.
Sí, leer es un refugio ¿pero cómo se lee en medio de una pandemia? ¿cómo se lee cuando la cabeza no puede dejar de pensar en otra cosa? Cuando la tinta parece la manifestación del ruido.
Se lee una palabra a la vez. De a poco. Con calma. Dejando que el sonido de las frases se vaya deslizando. No se trata de negar que el elefante exista. Pero quizás, por unos minutos, podamos convertirlo en el vehículo para que reyes con trajes dorados cabalguen sobre montañas*.
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Creo que alguna vez conté que tengo un ritual que cumplo a la hora de escribir cada mail. Primero armo el guión, a mano. Después escribo con la computadora el primer borrador. Pongo en Spotify una música en particular. Es el mismo artista, pero es un disco para el guión y un disco para el borrador. Ya se convirtió en una especie de cábala.
Pero este mail es distinto.
Dejé una parte en blanco en el guión. Es esta, lo que estoy escribiendo ahora. Es la primera vez que escribo sin saber qué es lo que voy a decir.
Tampoco suena la música de siempre. Abrí una botella de vino y puse a Johnny Cash.
Me gustaría decir que soy un experto y que conozco todas sus canciones. Pero no. Lo escuché pocas veces. Me gusta el tono de su voz. Me gusta, por alguna razón, sentir que su voz es la de alguien roto, que está contando una historia. Que, aún sin saber suficiente inglés como para entender todo lo que dice, hay una especie de oscuridad en la que voz y música confluyen, llevadas por un ritmo que no deja de avanzar.
Puede que al final esté hablando de Cheever también.
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Tercera copa. Este mail puede terminar muy mal.
Me gustaría saber de música para poder hacer una analogía que solo puedo intuir: que Cheever está afinado, no en la afinación estándar, sino en una alternativa.
De ahí que haya cierto desplazamiento en la lectura. A veces al terminar de leerlo hay que cerrar los ojos y dejar que resuene.
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Pienso también, ahora que por un tiempo no vamos a poder viajar a ningún lado, que los cuentos de Cheever serían excelentes postales. Imágenes que resumen un mundo del que podemos decir “yo también estuve (estoy) ahí”.
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Algo que me gusta hacer.
Abrir el índice -varios
días después de haber leído un libro- y pensar qué evoca cada uno de los títulos de los cuentos (o capítulos si es una novela).
No puedo evitar pensar en esta imagen de la película Historia de un matrimonio cuando leo "Cena en familia" en el índice de Fall River. Especialmente por el último párrafo.