Justo en el mes en el que estamos todos leyendo en digital voy a hablar del libro como objeto. Parece un chiste, pero bueno… quizás hasta sea mejor así.
Es uno de los temas que atraviesan los textos de Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon. Especialmente en la primera parte, donde leemos fragmentos como este:
Todas las mañanas, antes de salir rumbo a su consultorio, el doctor Sancha lee metido en la bañera. Le gusta leer metido en la bañera. Puedo pasar horas leyendo metido en la bañera, me dijo alguna noche en Logroño, caminando en la calle Laurel. Yo le pregunté si no mojaba los libros. No lo sé, dijo, son solo libros.
También en los otros escritos, más personales, se deja ver esa relación con los libros. No con lo que hay dentro de los libros, sino detrás de ellos.
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Voy a confesar algo que me pasa con Biblioteca bizarra: cada uno de los escritos, que se pueden leer perfectamente independiente uno del otro, forman una especie de conjunto en mi cabeza que me cuesta separar. No porque no pueda diferenciarlos; es más bien como si se armara una imagen poética que prefiero no romper. La sensación que todos los textos dialogan entre sí y que si separo algo, puedo arruinarlo.
Por eso pensé que para hablar de lo que quiero hablar, de una de las cosas que creo que Halfon habla en su libro, es mejor hacerlo con una anécdota personal.
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A fines de la década del noventa estaba leyendo Moby Dick. Una edición que compré en una librería de usados, que originalmente se publicó en dos tomos, pero que alguien reencuadernó en un solo volumen, con una tapa dura color turquesa. Un libro chico pero pesado, que me encantaba llevar encima, aunque me diera cierto pudor que creyeran que fuera una biblia -el pudor del agnóstico-. Pero no me quiero de ir tema.
Como sabía que había sido reencuadernado, temía que me faltara alguna parte o que la edición no fuera completa. Así que una tarde fui a la Biblioteca Nacional para compararla con otras ediciones.
Ya había pedido un par en español. Busqué una en inglés. En la ficha figuraba que el libro había sido donado por la biblioteca personal de Borges. Por supuesto, lo pedí
.
Me fui a sentar llevando todas las ballenas blancas encima. Hice un despliegue un poco exagerado, porque en realidad me bastaron pocos minutos para confirmar que mi edición estaba completa. De todas formas me quedé un rato largo sentado, pero por otro motivo: la edición en inglés estaba anotada por Borges con su puño y letra.
Antes de devolverlo saqué una fotocopia de la primera página.
La guardo dentro de mi edición de Moby Dick. A veces me confundo y pienso por unos breves segundos que es mi libro el que está escrito por Borges.
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Cuento todo esto porque a veces los libros (los objetos) son como canciones. Se les quedan pegados momentos de nuestra vida que ya no podemos separar. Cosas que vivimos y que vamos a asociar para siempre en la lectura, que van a enriquecerla.
Y también cuento esto porque a veces no hace falta abrirlos. A veces se siente bien estar parados frente a nuestras bibliotecas, meciéndose al ritmo de sus historias.
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Quizás parezca que no estuve hablando del libro de Halfon. Pero sí.
Es un libro hecho de todo lo que está por fuera de los libros. De esas cosas intangibles que hacen que sean mucho más que objetos.
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Antes de terminar quería comentarles dos cosas.
La primera es que como ya es costumbre en el club, pueden dejar sus preguntas para Eduardo Halfon, así las responde. Pueden dejar todas las que quieran haciendo clic acá abajo: