La Antropología es una de esas disciplinas que sufrió muchos cambios. Nació para explicar al otro y en seguida se encontró con un problema fundamental ¿con qué conceptos explico al otro? ¿puedo explicar aquello que es distinto a mí usando mis propios conceptos y mirada? Lo conocido se convirtió en lo bueno, moderno y evolucionado, lo desconocido en lo malo, primitivo e inferior. Sumemos a esa problemática que el descubrimiento de la otredad venía acompañado de un contexto de colonización. Las maquinarias que impulsaron esos viajes movían sus engranajes al ritmo de la conquista.
Pero no me quiero ir por las ramas. Quiero empezar este último mail sobre En contra de la música hablando sobre la etnología y etnografía, porque están muy presentes en el libro y porque me parece que es un tema fascinante.
Muy resumido y posiblemente poco preciso (cursé solo un par de materias de Antropología y hace mil años): la etnografía investiga mediante un trabajo de campo (o sea, yendo al lugar donde está lo que se quiere estudiar*) a un grupo social determinado y lo hace utilizando los propios conceptos y categorías del sujeto de estudio. La etnología es la disciplina que estudia y compara todas esas distintas culturas.
*Aunque la aclaración parece obvia había “antropólogos de salón” que realizaban sus análisis sin ir al lugar de estudio.
Para citar palabras más académicas, les comparto una de las preocupaciones de Clifford Geertz, un antropólogo mencionado más de una vez en el libro de Julio Mendívil:
No se trata de quedar aprisionado en los horizontes mentales de un pueblo, de lo que resultarían cosas tales como una etnografía de la hechicería escrita por un brujo, ni se trata tampoco de ser sistemáticamente ciego a las tonalidades distintivas de la experiencia del otro, obteniendo como saldo una etnografía de la hechicería escrita por un geómetra. Hay que lograr captar […] el más local de los detalles y la más global de las estructuras, de manera de poner ambos frente a la vista simultánea. […] Entender la textura de la vida interior del nativo es más como captar un proverbio, cazar una ilusión al vuelo o leer un poema, que como entrar verdaderamente en comunión con él.
Del prólogo de Carlos Reynoso al libro La interpretación de las culturas de Clifford Geertz.
¿Y por qué digo todo esto?
Porque leer el libro de Julio Mendívil es encarar un viaje en el que “la música” deja de ser algo uniforme, universal y a medida de nuestro ego, para convertirse en una multiplicidad de fenómenos y complejidades. En donde se avanza no con el paso firme de la certeza -tan amiga de los prejuicios- sino con el poderoso ritmo de los cuestionamientos.
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Les quiero proponer un experimento, que está basado en algo que el autor dice en el capítulo “La música como etnología”. Tiene que ver con esto de lo que venimos hablando. Mostrar lo subjetivo y plural de la música, en contra de lo universal y determinista. En ese capítulo Mendívil desarma una creencia popular que dice que el modo mayor y el modo menor en la música (Do mayor, Do menor) están asociados a lo alegre y a lo triste, respectivamente.
Paréntesis: vayan a ver en Wikipedia la tabla de personalidades según cada tonalidad, es maravillosa, no tiene desperdicio.
Bueno, a lo que iba. El experimento que les propongo, para ver si demostramos que la música es más que sonido y que cada experiencia es subjetiva, es que escuchen una serie de canciones y respondan el sentimiento que les produce, que resuman en una palabra (la que que quieran) lo que les evoca.
Va a ser totalmente anónimo. Para participar hagan clic en el botón de acá abajo. En los próximos días voy a compartir los resultados en nuestro grupo de Facebook.
Pd: como no podía ser de otra forma, la lista de canciones es totalmente subjetiva y responde a distintos momentos y situaciones de mi vida. Veremos qué sale.