A veces olvidamos que la realidad es una especie de lenguaje, que toda realidad puede ser narrada y que todo lo que se narra deja de ser real. Nos basta mirar el mundo para empezar a modificarlo, a realizar pequeñas traducciones donde introducimos parte de lo que somos o de lo que creemos ser.
Después está la literatura, que nos pone delante un mundo que no existe con palabras que conocemos. Y ahí una vez más olvidamos, pero esta vez a propósito, que eso que sostenemos entre nuestras manos no es real.
Pero un mundo que no existe debería tener sus propias palabras inexistentes. Y entonces aparece un autor como Marcelo Cohen que narra lo que no existe con palabras inventadas y -como quien multiplica dos números negativos- convierte todo eso en algo aún más real.
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La calle de los cines es uno de esos libros en los que hay que dejarse llevar. Como si fuera una canción y tu cabeza y ojos, hombros y cintura que se quiebran al ritmo de la música. Nadie pone pausa para preguntar “¿qué fue lo que dijo en el estribillo?”, ni detiene el baile para gritar “¿qué fue esa palabra antes del solo de guitarra que no la entendí?” La música y la letra, cuando están bien hechas, hablan de lo mismo. Pasa igual con los libros.
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La calle de los cines es también uno de esos libros de cuentos que tienen un hilo conductor que conecta cada historia. Más adelante, en otro mail, voy a hablar de esto. Spoiler: mencionaré a Bradbury.
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Lo que sigue es un texto inédito que Marcelo Cohen había escrito para un periodista, explicando qué es el Delta Panorámico, este universo ficcional que comenzó en 2001 con el libro Los acuáticos.
Les recomiendo que lean este texto de acá abajo antes de leer los cuentos. Creo que es una muy linda introducción a ese universo de Cohen.
(Una explicación que me pidió un periodista)
Hace ya unos años que casi todas las historias que escribo transcurren en el Delta Panorámico. Lo que está puesto en palabras siempre existe de un modo u otro, pero tengo la impresión de que el Delta Panorámico existía antes de que yo empezara a nombrármelo. Los cursos de las historias van descubriendo lugares, aspectos y vidas de ese mundo, que por ahora es tan infinito como las frases posibles, y de paso los exploran. En el DP se vive en un futuro tan lejano que todo lo que podría pasar en nuestro mundo ya pasó y buena parte se viene repitiendo, con todas las eras y etapas como aglomeradas. En el DP conviven cosas que nosotros todavía desconocemos –pero deseamos- con cosas que prevemos, cosas que han subsistido e innovaciones a punto de caducidad. El Delta Panorámico es un vasto mundo de islas de río con climas, tamaños y paisajes diversos; cada isla o archipiélago es una unidad independiente -con su sistema político, su cultura, sus rasgos físicos etcétera.- ligada a las demás por dos o tres instituciones interisleñas y una lengua de intercambio, el deltingo. El Delta Panorámico vendría a ser el mundo de las posibilidades de nuestro mundo. En una de las islas vive un hombre que se llama como yo. (Es urólogo, o programador de cangrejos recolectores de residuos, no sé bien.) MC adora el cinema, un arte ya anacrónico, con muchas producciones y pocos aficionados, en general ingenuos, extravagantes o melancólicos. Por mucho tiempo MC cedió al gusto compulsivo de contar películas a familiares y amigos. Las contaba con fervor, vivacidad y penetración, pero contaba demasiadas y las hacía largas. Al fin MC comprendió que estaba cansando a la gente y al mismo tiempo descubrió que si contaba las películas por escrito podía darse el mismo gusto y hacer un servicio mejor por el arte y los fans del cinema. Le quedaban como especie de cuentos, aunque totalmente faltos de ciertos elementos como la introspección, porque el cine más bien presenta apariencias; y faltos de las eventuales sugerencias del narrador, porque el cinema es un arte dramático. Aunque en el Delta casi nadie lee manuales de historia, algunos intuitivos le han advertido a MC que el cuento es situación y el cinema es desarrollo, evolución no siempre acabada. Él se enfrenta con este enredo genérico como puede; dice que no hace versiones esenciales, rápidas y acabadas de los filmes que le interesaron; los cuenta como se los acuerda, confiado en que los fans del cinema que él conoce suelen acordarse al dedillo de las películas que vieron.
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Y ya que estamos en esto de meternos en su mundo, si tienen ganas de escuchar un cuento de Marcelo Cohen (no de este libro, sino del tomo de Relatos reunidos, publicado por Alfaguara) leído por Humberto Tortonese, puede hacerlo acá.
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